William
Shakespeare
Soneto 73
En mí puedes
observar ese tiempo del año
cuando las hojas
amarillas, o ninguna, o unas pocas, aún cuelgan
sobre esas ramas
que se agitan contra el frío,
vacías ruinas del
coro, donde tarde cantaron dulces aves.
En mí puedes ver esa
luz vespertina
como el
crepúsculo que luego se disipa en el poniente
y la negra noche se
lleva poco a poco;
gemela de la
muerte que nos sella en el descanso.
En mí adviertes
el brillo de un fuego
que sobre las
cenizas de su juventud reposa
como el lecho
mortuorio donde habrá de morir
consumido por
aquello que lo alimentaba.
Esto percibes,
que hace tu amor más fuerte
para bien amar lo
que pronto has de perder.
(versión libre, sin apego a la métrica, de
agd)
Comentario de
Camille Paglia al Soneto 73
(traducción de agd)
El soneto era una
forma medieval perfeccionada por el poeta italiano Petrarca, quien fue
inspirado por la tradición del amor cortesano del sur francés. A partir de él,
la moda de escribir sonetos se esparció a través de la Europa renacentista. Sir
Thomas Wyatt y el conde de Surrey introdujeron el soneto a Inglaterra, aunque
el estilo que favorecieron era sumamente artificial y cargado de “concetos”,
metáforas rimbombantes que devinieron lugares comunes. Sir Philip Sidney y Edmund
Spenser devolvieron al soneto el lirismo fluido de Petrarca. Pero fue
Shakespeare quien rescató un género romántico agotado y lo convirtió en un instrumento
flexible de la introspección. A través de tratar el soneto como poema
independiente más que como
parte de una secuencia de
sonetos, Shakespeare revolucionó la poesía de igual manera que Donatello,
librando a la estatua de su nicho arquitectónico medieval, revolucionó la
escultura.
Ningún poeta antes de Shakespeare ha
comprimido más en un soneto o cualquier otro poema corto. El Soneto 73 tiene un
tremendo alcance referencial y gran finura de observancia en el detalle. El ojo
móvil de Shakespeare prefigura el movimiento de la cámara. Amor, la raison dêtre original del soneto, remite
a un examen melancólico de la condición humana. El poema está menos interesado
en el sufrimiento individual que en la relación del microcosmos con el
macrocosmos —la interconexión humanidad-naturaleza.
Estructuralmente, el Soneto 73 sigue
el formato de Surrey. En el soneto italiano adaptado por Wyatt, las catorce
líneas estaban divididas en dos cuartetos (un cuarteto es una secuencia de cuatro líneas) y un sexteto
(seis líneas). El soneto isabelino, luego llamado shakespeariano, usaba tres
cuartetos y un pareado —dos líneas con un toque de epigrama. Shakespeare trata los
tres cuartetos en el Soneto 73 como escenas de una pieza teatral: cada una
tiene su metáfora-guía, una variación del tema principal. Estas metáforas se
dividen, a su vez, en metáforas subordinadas, para terminar cada cuarteto con una
floritura ingeniosa. La inserción de “en mí” al inicio de cada cuarteto le da
al poema inmediatismo y urgencia y nos anima, sea justificado o no, a
identificar al hablante con el poeta (1, 5, 9). La repetición regular de esa frase
nos hace oír y sentir la triple estructura del poema. “En mí” opera como señal
escénica, dando pie a la entrada de cada
metáfora desde bastidores.
En el primer cuarteto, la vida del
hombrees comparada con un “año” en un clima norteño de estaciones que cambian
dramáticamente. El poeta envejecido señala su ubicación en el espectro de la
vida como transición de la madurez a la vejez, cuando el otoño da paso al
invierno. La metáfora inicial de “tiempo”, cede paso a la imagen sombría de un
hombre como árbol: las desnudas “ramas” agitadas por el “frío” viento son como
los miembros débiles de un hombre mayor, temblando de miedo ante la proximidad
de la muerte (1-3). Las ramas arrojadas y recortadas contra el cielo recuerdan
los implorantes brazos de víctimas tratando de escapar a su destino. Es como si
un hombre fuera crucificado en su mismo débil cuerpo. Las dispersas “hojas
amarillas” pegadas aún a las ramas evocan otras aflicciones y pérdidas de la
edad, como el escaso y delgado cabello (un problema para Shakespeare, si
nuestro único retrato de Shakespeare es fiel). El paulatino amontonarse de hojas en la tierra (como arenas a través de
un reloj de arena) es recreado en el dudoso golpeteo rítmico: “hojas amarillas,
o ninguna, o unas pocas”: la energía vital se va reduciendo.
En tanto el cuarteto finaliza, el
devastado, esquelético árbol se funde en un edificio roto (4). El vacío “coro
en ruinas” pertenece a una abadía medieval como aquellas destruidas medio siglo
antes por Enrique VIII cuando la iglesia de Inglaterra se escindió de Roma. La
pintoresca escena evoca una civilización desaparecida, reclamada ahora por la
naturaleza. Así que, también, deduce Shakespeare, todos los afanes humanos
tienen fin. Las “dulces aves” que “tarde” (tardíamente) cantaron desde los
árboles pero ahora han volado al sur recuerdan al coro de niños que alguna vez
llenaron la capilla con música. (“Coro” es también el área de una iglesia donde
se llevan a cabo los servicios.) La mengua de cantos sugiere que la poesía le
resultaba más fácil al joven Shakespeare de como lo hace ahora. El “vacío coro
en ruinas” también puede referirse oblicuamente a los teatros donde una vez
floreció su carrera (y que eran vulnerables al fuego tanto como a la clausura
por parte de las autoridades de la ciudad).
El segundo cuarteto campara la vida
del hombre con un “día” (5). Esta metáfora es tan antigua como Edipo. (La
Esfinge preguntó a Edipo, “¿Qué camina en cuatro patas por la mañana, con dos
al mediodía y tres por la noche?” Él respondió, “El hombre”). De nuevo,
Shakespeare visualiza grados precisos en un proceso de cambio gradual. Nuestros
años de “luz vespertina” son etapas en la puesta del sol. El poema devela un
colorido paisaje del oeste: el sol, simbolizando nuestro vigor físico, ha caído
bajo el horizonte, pero el cielo sigue aún rojo con el resplandor (6). Ello
también, como todos los colores mundanos, pronto (poco a poco) se disolverán en
“la negra noche” (7). El segundo cuarteto concluye como el primero, con la
aposición ornamental elaborando una línea previa. La noche es personificada
como “gemela de la muerte” –o su alter ego–
anulando al sol y “sellándonos en el descanso” (8). La implicación es inquietante:
dormir es un ensayo cotidiano de nuestro final reposo. En la noche, el mundo es
un panteón de durmientes, amortajados y sepultos en sus blandas camas. El
movimiento mental esbozado por este cuarteto es extraordinario: nuestro ojo
vuela hacia el inflamado confín de la tierra, luego vuelve y todo se ennegrece,
dejándonos con solo la indefensa, táctil sensación de sueño. Seis sibilantes en
el verso 8 [del poema original en inglés] producen un sonido de “sh-h-h”,
silenciador pero a la vez paralizante.
El tercer cuarteto compara la vida
del hombre con un “fuego”, herramienta cotidiana dotada por Shakespeare con una
biografía dinámica (9-10). Él se proyecta a sí mismo en la fase “brillante” del
fuego, cuando la llamarada tiene rato de haberse extinguido e incluso las
pequeñas, agudas flamitas han dejado de arder. Todo lo que resta es el carbón
caliente, brasas yaciendo en una gruesa capa de “cenizas”, detritos del fuego
flamante de la “juventud”. La metáfora de Shakespeare hace de nuestra
temperatura corporal un índice de ambición, vigor físico y pasión sexual.
Cuando esta se enfría, también nosotros lentamente “expiraremos”, esto es,
daremos nuestro aliento final (11). La acre ceniza es “lecho mortuorio” –el
segundo lecho del poema– porque es la pira fúnebre de los deseos mundanos. La
metáfora del fuego ingeniosamente nos devuelve al inicio del poema: estos
troncos quemados hasta ser cenizas fueron cortados de las “ramas” del
hombre-árbol en el primer cuarteto (3). Para Shakespeare, el cuerpo humano está
en llamas desde nuestro nacimiento. Este pensamiento se extiende mediante una
paradoja: como seres vivientes, somos a la vez “alimentados” y “consumidos” (12).
Matrimonio de creación y destrucción: cuanto más caliente es el fuego, más
pronto muere.
El pareado final está dirigido
directamente al lector tanto como al austero autorrecordatorio del poeta: “Esto
percibes, que hace tu amor más fuerte / para bien amar lo que pronto has de
perder”. Cualquier cosa que busquemos o añoremos –una persona, una profesión,
un alto ideal– es efímero. Nada sobrevive al foso de cenizas de la tumba.
Aunque la rendición y la partida están cruelmente implícitas en la vida humana,
existe valor en el hacer. Nuestra sensación de transitoriedad intensifica sus
placeres.
Los tres cuartetos inmersos en el
soneto son como autorretratos fugaces, elegiacos: el poeta como un año, un día,
un fuego. Shakespeare, como Darwin, ve a la humanidad cercada por fuerzas
impersonales. No hay aquí referencia a Dios o a una vida en el más allá. La
consciencia misma es elemental, un efecto de luz y calor que se disipa cuando
nuestros cuerpos son reabsorbidos por la naturaleza.
(Traducido de: Break, blow, burn:
Camille Paglia reads forty-three of the world’s best poems. Pantheon Books, New York, 2005, pp. 3-7)
Esta traducción se publica sin fines lucrativos.
El Soneto 73 en inglés, su idioma original, es fácilmente encontrable a través de internet. También ha sido muchas veces publicado en papel. Por esta causa no lo reproducimos aquí.
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