domingo, 11 de febrero de 2018

Comparto esta reflexión


Prófugo

Huyo del verso como del espanto, y el verso me persigue como el pez va tras el anzuelo; mas qué mala carnada encontrará y qué atroz agonía sufrirá el poema en mis manos ignorantes, mi cuerpo vulnerable, mi mente incapaz de erigir un monumento digno a la madre poesía.

Pobre poema cuando ya no habita sino este medio cristalino, estos cauces construidos exprofeso para fácil navegación de los peces parlantes.

Huyo del verso, esa línea con tradicional cadencia, histórico caudal de tropos,
solo para ver si algo hay más allá (o más acá) de sus canónicos ladrillos .

Escapo de un verso voraz y no sé si llegaré a burlar su acoso con intención de hallar, en un recodo del camino abrupto, a la madre del verso, esa bruja llamada poesía. Solo quiero yacer con ella, preñarla sin buscar canciones inventadas para una fácil seducción.

Huyo, pero no para siempre: de vez en cuando soy dócil, me dejo llevar por corrientes de agua tibia; sin esfuerzo entonaré los cánticos, los mismos del principio de los tiempos. Huyo para encontrar la cara oculta de la luna, la falacia que enmascaran los encantos de la rima, las verdades horrendas y los goces prohibidos de la antipalabra. Soy prófugo, infractor porfiado. Vivo a salto de mata por pura, simple incertidumbre: ¿Qué vale más? ¿Para qué tenemos al verso? ¿Qué novedad ofrecen los antipoetas?

Huyo del verso, aunque me encuentra siempre a la vuelta de la esquina, adonde apenas llego con mi trote miedoso, con mi tímida renuncia. Amo el verso y trato de salir de sus dominios, de su hechizo. Huyo cada y cuando, mas regreso si una voz me dice, como muchas veces me lo ha dicho, que más allá no hay nada. “No hay nada en el verso”, dijo Rilke, pero más allá descubro todavía un mayor vacío.

Sigo corriendo lejos del verso para alcanzar el pez anfibio, la palabra desceñida, la idea desnuda y novedosa que se puede construir con luces, con rocas, con ruidos baratos. Me voy, cada que puedo, del metro silábico, de su embriagante ritmo, pues busco el oído de pueblos enteros, de pueblos incrédulos del poema y sus metáforas. Me voy tras la palabra simple, la de un color moreno irresistible. Es decir, dejo una seducción por otra, y cuando me doy cuenta, debo volver al origen. Voy y vengo, sí, seducido a veces por la música del verso, a veces por el mensaje directo de la prosa.

Me voy detrás de la blanca inocencia, del sonrosado amor, la cándida noche del comienzo: nada de eso existe. El verso instalado en cada siglo, cada milenio, cada canción, se impone. Tan enorme es su presencia que me abruma. Huyo por hoy, por este par de páginas, de su peso.

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