Prófugo
Huyo
del verso como del espanto, y el verso me persigue como el pez va tras el
anzuelo; mas qué mala carnada encontrará y qué atroz agonía sufrirá el poema en
mis manos ignorantes, mi cuerpo vulnerable, mi mente incapaz de erigir un
monumento digno a la madre poesía.
Pobre
poema cuando ya no habita sino este medio cristalino, estos cauces construidos
exprofeso para fácil navegación de los peces parlantes.
Huyo
del verso, esa línea con tradicional cadencia, histórico caudal de tropos,
solo
para ver si algo hay más allá (o más acá) de sus canónicos ladrillos .
Escapo
de un verso voraz y no sé si llegaré a burlar su acoso con intención de hallar,
en un recodo del camino abrupto, a la madre del verso, esa bruja llamada
poesía. Solo quiero yacer con ella, preñarla sin buscar canciones inventadas
para una fácil seducción.
Huyo,
pero no para siempre: de vez en cuando soy dócil, me dejo llevar por corrientes
de agua tibia; sin esfuerzo entonaré los cánticos, los mismos del principio de
los tiempos. Huyo para encontrar la cara oculta de la luna, la falacia que
enmascaran los encantos de la rima, las verdades horrendas y los goces
prohibidos de la antipalabra. Soy prófugo, infractor porfiado. Vivo a salto de
mata por pura, simple incertidumbre: ¿Qué vale más? ¿Para qué tenemos al verso?
¿Qué novedad ofrecen los antipoetas?
Huyo
del verso, aunque me encuentra siempre a la vuelta de la esquina, adonde apenas
llego con mi trote miedoso, con mi tímida renuncia. Amo el verso y trato de
salir de sus dominios, de su hechizo. Huyo cada y cuando, mas regreso si una
voz me dice, como muchas veces me lo ha dicho, que más allá no hay nada. “No
hay nada en el verso”, dijo Rilke, pero más allá descubro todavía un mayor
vacío.
Sigo
corriendo lejos del verso para alcanzar el pez anfibio, la palabra desceñida,
la idea desnuda y novedosa que se puede construir con luces, con rocas, con
ruidos baratos. Me voy, cada que puedo, del metro silábico, de su embriagante
ritmo, pues busco el oído de pueblos enteros, de pueblos incrédulos del poema y
sus metáforas. Me voy tras la palabra simple, la de un color moreno
irresistible. Es decir, dejo una seducción por otra, y cuando me doy cuenta,
debo volver al origen. Voy y vengo, sí, seducido a veces por la música del
verso, a veces por el mensaje directo de la prosa.
Me
voy detrás de la blanca inocencia, del sonrosado amor, la cándida noche del
comienzo: nada de eso existe. El verso instalado en cada siglo, cada milenio,
cada canción, se impone. Tan enorme es su presencia que me abruma. Huyo por
hoy, por este par de páginas, de su peso.
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